Hola de nuevo,

 

¿Qué tal estás?

 

Vuelvo renovada después de unos días de sol y mar conversando y compartiendo con amigos y familia, sin mucho que hacer, solo disfrutando y nutriéndonos mutuamente.

 

¿Qué hay mejor que una buena dosis de mar y sol acompañado de compañía gustosa para renovar, reparar y cargar energía? Para mi no hay nada mejor.

 

Pero no todo es agua de mayo.

 

A veces los adultos necesitamos estar en el mundo adulto, nutrirnos de relaciones adultas, olvidarnos de que somos padres y creernos libres de responsabilidades y de obligaciones por unos momentos. 

 

Pero hay veces que los niños no pueden gestionar estos momentos y nos reclaman insaciablemente de 234 formas diferentes hasta que reaccionamos.

 

Si sabemos leer entre líneas, empatizar y meternos dentro del cuerpecito que tenemos delante podremos dirigirnos desde el amor y no desde el enfado (porque recuerda, uno no se enfada si no quiere, enfadarte o no lo eliges tu). Podremos entender que detrás de tooodo eso que está haciendo y sabe que no debe hacer hay un pedido enorme de atención. Un pedido desplazado que necesita ser escuchado. 

 

Pero esto cuesta un rato, y para mi la base de las relaciones sea con niños o adultos se basa en algo que todos sabemos pero no siempre utilizamos, el respeto.

 

Para poder disfrutar de las relaciones y nutrirnos de ellas debemos poder mirar al otro con una mirada abierta, libre, sin juicio. Nunca sabes qué le ha sucedido a esa persona en su vida, cuánto ha sufrido y qué le remueve por dentro para actuar de ese modo.

Para mi esta es la clave, el respeto. Entender que todo está bien, que cada uno lo hace cómo puede, cómo sabe en este momento presente. Aunque no nos guste, aunque no estemos de acuerdo, aunque nos provoque malestar, debemos respetar los procesos y las decisiones de los demás. Ocupémonos de las nuestras, de nuestro bienestar, de brillar con toda nuestra luz y respetemos los procesos ajenos.  Todos estamos en un aprendizaje constante y continuo. 

 

Volviendo a los niños, si queremos que sean personas amorosas, respetuosas y generosas debemos ser un ejemplo para ellos. Sanar nuestros volcanes, cuidándonos, amándonos, permitiéndonos, acéptandonos, perdonándonos y nutriéndonos para poder nutrirlos como necesitan. 

 

Los hijos son una oportunidad maravillosa para sanar nuestra herida. Es así.

 

Y tú, ¿cómo sanas tu volcán? ¿cómo te cuidas? ¿te perdonas de todas las culpas que te atribuyes?

 

Te leo.

Te acompaño.

Te espero al otro lado.

 

Un abrazo,

 

Carlota

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Comienza por mi Ebook y mi Podcast

30 recursos esenciales para vivir desde el autocuidado y el empoderamiento, más un podcast de meditación. Descárgalo gratis ahora.