¡Hola!
¿Cómo estás?
Espero que llen@ de la energía positiva que nos trae el verano y las vacaciones.
Te presento a Camila! Así de dulce y preciosa ha llegado a nuestras vidas.
Hace una semana que somos cuatro en casa, cinco con Wilco (nuestro guardián incondicional) y ha sido pura intensidad en todos los sentidos habidos y por haber.
He pasado por quinientas fases en siete días. Días dulces y amargos, porque no todo es amor y dulzura, porque nadie te explica que puedes sentirte la persona más feliz del mundo y no parar de llorar al mismo tiempo, porque nadie te explica como ser madre de dos, ni como no sentir culpa al no poder partirte en dos cuando ambos te necesitan (y los necesitas). Porque seamos sinceras, ellos nos necesitan tanto como nosotras a ellos. Es así.
Te hablaré del parto. Fue intenso, como todos los partos. Mucho más rápido que el primero gracias a la bendita Oxitocina, pero igual de intenso. Después de doce horas de bolsa rota sin contracciones, fue la solución para empezar de nuevo la aventura. Y fue mano de santo, fue ponerme la Oxitocina y empezar contracciones cada minuto y medio; en dos horas tenia a Camila en mis brazos. Dolor, mucho dolor, muchísimo, pero un dolor con un fin, un dolor que viene con el mejor regalo de tu vida. Tu hij@.
A todo esto quería hablarte de lo importante que ha sido para mi tener un buen acompañamiento en todo este mar explosivo de cambios, emociones, dolores y alegrías. He tenido la suerte de tener a mi gran compañero de viaje, el padre de mis hijos, a mi lado, siendo una pieza clave para que todo esto fluyera con el amor y el respeto que buscaba. Agradecerle una vez más todo el apoyo y la infinita paciencia. Sobretodo esta última. Porque sin los hombres nada de esto seria posible. Gracias.
Antes de despedirme, te dejo con un escrito que me ha pasado una buena amiga que me ha llegado al alma. Estoy sensible, con la emoción a flor de piel,… y también agradecida, abierta y receptiva. Ojalá todos estuviéramos así de conectados durante más tiempo en nuestro día a día. De otra manera iría el mundo. Pues la mayor parte de tiempo nos lo pasamos anhelando, sin apreciar ni agradecer lo que nos da la vida, sin conectar con nosotros ni con los nuestros.
Parir duele, pero no es como nos cuentan.
Porque estás ayudando a nacer a tu hij@, pero también te estás pariendo.
Duele porque de pronto percibes y conoces el poder tus caderas que se abren hasta mucho más allá de su límite.
Duele porque todos tus huesos y órganos, todo aquello que en ti conoces y desconoces, en tu yo cuerpo, en tu yo piel, en tu yo mujer, hembra, animal.. Se expande más allá de los límites. Más allá de lo que jamás en tu vida pudieras o volverías a sentir.
Claro que duele parir. Mucho.
De mil dolores te digo.
Cuando las contracciones te dejan sin aire. Cuando el miedo te vacía y bloquea. Cuando te desgarras con tu furor de fuego. Cuando pujas y tu cuerpo se vuelve una maquinaria pesada, ruidosa, lenta, dolorida y adormecida… Tan bella y poderosa.
Cuando las ganas se disipan y estás tan cansada que ya no puedes más. “Me muero” dices. Y es cierto: te mueres.
Y qué fortuna verte morir así, Diosa.
Qué regalo.
Si, algo de la mujer que conoces muere un poco y te pares a ti misma en un acto de poder, de generosidad y entrega. En un acto humilde y místico.
Así, tan pesada, ruidosa, asustada, dolorida y cansada.. te naces.
Y eso NO NOS LO CUENTAN.
Eso lo vives y se vive viéndote.
Y es justo ahí, cuando crees morir, cuando sientes y gritas que ya no puedes más, que ahí se para todo.
Que ya no sigues..
Justo cuando estas en el limbo del neocórtex, y en el limbo también de la vida/muerte/vida, que la coronación está cerca.
Que tu cría empuja, y tu empujas,.. Que la conexión se abre.
Y ese acto sagrado, de sangre, líquido, oxitocina, sudor, amor y grito.. Tiene el sonido casi silencioso, el sonido de los ecos, del universo y las raíces.. Que es el canto del nacimiento de la vida.. Y entonces, tu hij@ nace de ti, contigo.
Calentit@, arrugad@, asustad@, vulnerable. Preparado para olerte y amarte.. Como tú. Nueva mujer. Paridora de la vida, del placer.
Y de ti misma, Madre.
– Anónimo
Un fuerte abrazo,
Carlota Oliver
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